Una encrucijada, un abismo y una puerta cerrada...
Son todas imágenes que representan lo mismo,
como si se trataran de una sola historia y una sola letra.
Uno piensa y se desangra en sueños rojos,
como la tinta en esta hoja
que va serpenteando en versos fúnebres,
y se da cuenta, al final, que era fácil
desarmarse y llegar hasta la puerta y traspasarla;
que en vez de regresar hay que tirarse al abismo
y que la encrucijada está hecha de los mismos caminos
sólo que uno resultó ser el más corto...
Y sin embargo, a pesar de haber visto todo de otro modo,
y de llegar siempre tarde a una cita incierta,
que desde antes ya estaba muerta,
cambiás (o tratás de cambiar) esa cara de culo
y le sonreís a todo el mundo,
como si hubieras sido, en todo momento,
un tipo afortunado en vez de ser un ciego
en el país que habitan los tuertos.
Así te vas convenciendo de que nada es en valde,
que los caminos que se cruzan y las puertas cerradas
y los muros interminables y los jodidos abismos
existen para que no quieras que existan,
para que quieras vencerlos, para que ganes tu guerra...
Y entonces las imágenes y los símbolos
que se devoran tu maldito e irónico sueño
te dejan en paz y dan origen a un Cristian distinto,
con otras ideas, otros símbolos...
Y otros Versos.
De "El Origen ó El fin del Eterno Retorno"
49 de Septiembre de 1997 - 30:47 am
Rolando Bourdette

No hay comentarios:
Publicar un comentario